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Prólogo. El primer antecedente de la escritura. Índice. El primer antecedente de la escritura. Fichas de arcilla procedentes de Susa. El primer antecedente de la escritura.

El primer antecedente de la escritura.

Investigación y ciencia. Agosto de 1978. Número 23.
Denise Schmandt-Besserat.

Antes de que los sumerios inventaran la escritura, en Asia occidental se llevaban las cuentas mediante fichas de arcilla de diverso formato distintivo. Al parecer, estas fichas originaron los ideogramas sumerios.

¿Que es lo que condujo a la escritura?. El arte escriptoria misma es un buen ejemplo de lo que los estudiosos del pasado denominan invención independiente, ya que se han desarrollado de forma aislada sistemas de escritura en épocas diferentes y en diferentes partes del mundo. Por ejemplo, puede remontarse un sistema determinado —el ideográfico chino— hasta su origen en signos arcaicos grabados en huesos escapulares de oveja o en caparazones de tortugas, en el segundo milenio antes de Cristo, a modo de instrumento para plantear preguntas al cielo. Unos 1.000 años más tarde, un sistema de escritura totalmente independiente surgió justo en la otra punta del mundo, en América Central. Esta escritura combinaba un sencillo sistema de notación numérica con complicados jeroglíficos y era empleada, principalmente, para señalar las fechas de diversos acontecimientos de acuerdo con un elaborado sistema calendario.

Tanto la escritura china como la maya fueron invenciones relativamente tardías. Algún otro sistema de escritura debe haber sido el primero, y es a partir de este punto inicial de donde podemos comenzar la búsqueda de los antecedentes del arte escriptoria. Normalmente, se asigna a los sumerios de Mesopotamia el mérito de haber sido los primeros en escribir textos. Hacia el último siglo del cuarto milenio antes de Cristo, los funcionarios de las ciudades-estados sumerias como Uruk habían desarrollado un sistema para asentar cifras, pictogramas e ideogramas sobre superficies de arcilla preparada al efecto (un pictograma es una representación más o menos realista del objeto que se supone que representa; un ideograma es un signo abstracto).

En Uruk, en 1929 y 1930, un equipo de arqueólogos alemanes dirigidos por Julius Jordan sacó a la luz numerosos ejemplos de estos asientos arcaicos. Los textos, unos mil en total, fueron analizados por vez primera por Adam Falkenstein y sus colaboradores. En la actualidad, descubrimientos adicionales han incrementado el número total de textos de la propia Uruk y de otros lugares, pero realizados al estilo de Uruk, hasta la cifra de unos cuatro mil, y los esfuerzos pioneros de Falkenstein están siendo continuados por Hans J. Nissen, de la Universidad Libre de Berlín, y su colaboradora Margaret W. Green.

Aunque las formas de arcilla empleadas por los escribas de Uruk son conocidas universalmente como tablillas, término este que tiene connotaciones de algo plano, en realidad son convexas. Cada signo se inscribía en la arcilla mediante un estilo o cálamo de madera, hueso o marfil, con uno de sus extremos romo y el otro aguzado. Básicamente, los caracteres eran de dos tipos. Los signos numéricos se imprimían dentro de la arcilla; todos los demás signos, tanto los pictogramas como los ideogramas, eran incisos con el extremo aguzado del cálamo. El repertorio de caracteres empleado por los escribas de Uruk era amplio; se estima en no menos de 1.500 signos independientes.

Las hipótesis sobre el origen de la escritura postulan, por lo general, una evolución desde lo concreto a lo abstracto: una fase inicial pictográfica que, en el curso del tiempo y debido quizás al descuido escriptorio de los escribas, se hace cada vez más esquemática. Las tablillas de Uruk contradicen esta línea de pensamiento. La mayor parte de los 1.500 signos (Falkenstein compiló 950 de ellos) son ideogramas enteramente abstractos; los escasos pictogramas representan animales salvajes, como el lobo o el zorro, o elementos de tecnología avanzada, como el carro o el mazo. Los textos de Uruk siguen, por supuesto, sin ser descifrados en su mayor parte y continúan siendo un enigma para los epigrafistas. Los escasos signos ideográficos que han sido identificados son aquellos que pueden ser remontados, fase por fase, desde un carácter cuneiforme conocido de épocas posteriores a un prototipo sumerio arcaico. A partir de aquellos contenidos textuales fragmentarios, que estas identificaciones permiten, parece que los escribas de Uruk registran, principalmente, asuntos como transacciones comerciales y ventas de tierras. Algunos de los términos que aparecen con mayor frecuencia son los de pan, cerveza, oveja, ganado mayor y vestimenta.

Tras los hallazgos de Jordan en Uruk, otros arqueólogos hallaron textos similares en otros lugares de Mesopotamia. Otros más se encontraron en el Irán: en Susa, Chogha Mish y en parajes tan alejados como Godin Tepe, unos 350 kilómetros al norte de Uruk. En años recientes, se han exhumado tablillas escritas en el estilo de Uruk en Siria, en Habuba Kabira y Jebel Aruda, unos 800 kilómetros al noroeste. En Uruk, las tablillas habían sido encontradas en un conjunto de dependencias del templo; del resto, la mayor parte salieron a la luz en las ruinas de casas privadas, en las que la presencia de sellos y de tapones de arcilla para jarras marcados con improntas de sellos testimonia cierto tipo de actividad mercantil.

El hecho de que los textos de Uruk contradigan la hipótesis de que la primera forma de escritura debería ser pictográfica, ha inclinado a numerosos epigrafistas a sostener que dichas tablillas, aun cuando encierren la escritura conocida más antigua, deben representar una fase ya avanzada de la evolución del arte escriptoria. Se ha revitalizado de nuevo, pues, la hipótesis pictográfica. El hecho de que no haya aparecido aún ninguna escritura de este tipo en yacimientos del cuarto milenio antes de Cristo, e incluso de fecha anterior, se explica bien suponiendo que la escritura de los primeros milenios se registró exclusivamente en materiales escriptorios perecederos, tiempo ha desintegrados, como el pergamino, el papiro o la madera.

Por mi parte, puedo proponer otra alternativa. Mi investigación sobre los primeros usos de la arcilla en el Próximo Oriente, en estos últimos años, sugiere que diversas características del material de Uruk ofrecen claves importantes para saber qué tipos de símbolos visibles precedieron realmente a los textos sumerios arcaicos. Dichas claves incluyen: la elección de la arcilla como material para documentos, el perfil convexo de las tablillas de Uruk y la apariencia de los caracteres que figuran en las mismas.

Nuzi, una ciudad iraquí del segundo milenio antes de Cristo, fue excavada por la American School of Oriental Research de Bagdad, entre 1927 y 1931. Unos treinta años más tarde, al reseñar un análisis de los archivos del palacio de Nuzi, A. Leo Oppenheim, del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago, informó sobre la existencia de un sistema de asientos que hacia uso de «fichas». Según los textos de Nuzi, dichas fichas se empleaban con fines contables; se decía de ellas que estaban «depositadas», «transferidas» y «suprimidas».

Oppenheim imaginó un tipo dual de sistema contable en los textos de Nuzi: además de los elaborados documentos cuneiformes de los escribas, la administración palaciega poseía unas cuentas tangibles paralelas. Por ejemplo, una ficha de una clase determinada podría representar cada uno de los animales de los rebaños del palacio. Cuando, en la primavera, hubieran nacido nuevos animales, se añadiría un número igual de fichas nuevas; cuando se sacrificaran animales, se sustraería el número apropiado de fichas. Se trasladaban las fichas de un estante a otro, probablemente, cuando los animales se movieran de un aprisco o dehesa a otro, cuando las ovejas fueran esquiladas, y así sucesivamente.

El hallazgo de una tablilla hueca, en forma de huevo, en las ruinas del palacio reforzó la hipótesis de Oppenheim. La inscripción que figura en la superficie de la tablilla resultó ser una lista de 48 animales. Esta tablilla hueca resonaba y, cuando se abrió cuidadosamente un extremo de la misma, se hallaron en su interior 48 fichas. Presumiblemente, esta combinación de una lista escrita y fichas contables representaba una transferencia de animales desde un servicio de palacio a otro. Desgraciadamente, no poseemos una descripción fidedigna de las fichas, que posteriormente se perdieron.

Los archivos de Nuzi se datan en torno al 1.500 antes de Cristo. El gran yacimiento arqueológico elamita de Susa presenta niveles que son anteriores en más de 1.500 años. La excavación de Susa. llevada a cabo por investigadores franceses, comenzó en la década de 1880 y continúa hasta hoy. Seis años después del informe de Oppenheim (1958), Pierre Amiet, del Musée du Louvre, pudo confirmar la existencia de un sistema contable similar en Susa. Los receptáculos de fichas de Susa, a diferencia de los de Nuzi, eran esferas de arcilla huecas. Amiet las llamó «bullae»; hasta hoy, se han hallado unas 70 de éstas. Las fichas que contienen son pellas de arcilla modeladas en una gran variedad de formas geométricas, que incluyen esferas, discos, cilindros, conos y tetraedros.

El hallazgo de Amiet fue de gran significación; no sólo demostró que las bullae y las fichas existían al menos un milenio y medio antes de que aparecieran en Nuzi, sino que puso también de manifiesto que eran tanto o más antiguas que los primeros documentos escritos de Uruk. Más tarde quedó bien claro, desde luego, que las fichas al menos eran mucho más antiguas.

En 1969, comencé un proyecto de investigación, cuyo objetivo final consistía en descubrir cuándo y en qué formas llegó a utilizarse la arcilla en el Próximo Oriente. La manufacturación de cerámica constituye, por supuesto, el uso más familiar de la arcilla, pero, antes de la aparición de la cerámica, el hombre ya estaba fabricando cuentas de arcilla, modelando figurillas de arcilla, moldeando adobes de arcilla y empleando esta materia como mortero. Como punto de partida de mi proyecto, visité los museos de los Estados Unidos, de Europa y de diversas ciudades del Próximo Oriente que poseían colecciones de artefactos de arcilla con una datación de hasta el séptimo, octavo y noveno milenios antes de Cristo. Este intervalo de tiempo, que principia hace unos 11.000 años y acaba hace poco más de 8.000 años, contempló el establecimiento firme de los primeros asentamientos agrícolas en Asia occidental.

En las colecciones de los museos, junto con las cuentas, adobes y figurillas, que había esperado encontrar, me topé con lo que para mí constituyó una categoría de objetos imprevista: unos pequeños artefactos de arcilla de formas diversas. Tal como más tarde llegué a darme cuenta, las formas eran similares a las que Amiet había encontrado en el interior de sus bullae de Susa: esferas, discos, conos, tetraedros, ovoides, triángulos (o formas de media luna), formas bicónicas (dos conos unidos por su base), rectángulos y otras formas singulares de difícil descripción. ¿Pudieron haber servido también de fichas estos artefactos, algunos de los cuales eran anteriores en 5.000 años a las fichas de Susa?.

Comencé a compilar mi propio catálogo independiente de estas singularidades, recogiendo toda ficha de la que se conocía su yacimiento específico de origen. En resumen, encontré que, mientras que todas ellas eran de reducido tamaño, con dimensiones medias de uno a dos centímetros en su parte mayor, muchas aparecían en dos formatos distintos. Por ejemplo, había conos pequeños, de aproximadamente un centímetro de altura, y conos mayores, de tres o cuatro centímetros de altura. También había discos finos, de sólo tres milímetros de espesor, y otros gruesos, de hasta dos centímetros de espesor. Otras variaciones eran patentes. Por ejemplo, aparte de las esferas completas. encontré cuartos, mitades y tres cuartos de esfera. Algunas de las fichas presentaban rasgos adicionales. Muchas estaban incisas con líneas profundas; otras tenían sobre las mismas unas pequeñas bolitas o espirales de arcilla y otras más portaban someras marcas circulares de punzón.

Todas las fichas habían sido modeladas a mano. Bien se había rodado entre las palmas de las manos una pequeña pella de arcilla, bien se había apretado ésta con las puntas de los dedos. La arcilla era de fina textura, pero no presentaba signos de preparación especial alguna (como la adición de sustancias reductoras, una práctica de la fabricación cerámica que aumenta la dureza tras la cochura). Todas las fichas, empero, habían sido cocidas para garantizar su durabilidad. La mayor parte de las mismas presentaba variada coloración, desde el tostado al rojo, pero había algunas que resultaron grises e incluso negruzcas.

Hallé que estas fichas estaban presentes en, virtualmente, todas las colecciones de los museos de artefactos del período Neolítico del Asia occidental. Un ejemplo extremo de su abundancia lo ofrece la primitiva aldea de Jarmo, en el Irak, ocupada por vez primera hace unos 8.500 años. Jarmo ha proporcionado un total de 1.153 esferas, 206 discos y 106 conos. Los informes indican, por lo general, que los excavadores encontraron las fichas desperdigadas por los suelos de las casas, situadas en distintos lugares de un yacimiento. Si las fichas se habían guardado alguna vez en recipientes como canastas o bolsas, éstos se habían desintegrado hace ya tiempo. No obstante, no hay testimonios que sugieran que las fichas estaban separadas de otros artefactos e incluso que impliquen cuál era su función. Los informes indican que muchas fueron halladas en grupos de 15 o más y que dichos grupos se localizaban en las áreas de almacenes dentro de las casas.

Según repasaba las colecciones de los museos y los informes de los yacimientos arqueológicos en cuestión, quedé enormemente perpleja por la manifiesta omnipresencia de las fichas. Se hablan hallado en lugares que van desde el lejano oeste, como Beldibi, en lo que hoy es la Turquía sudoccidental, hasta el lejano oriente, como Chanhu Daro, en lo que hoy es Paquistán. Se han exhumado fichas incluso en un yacimiento del octavo milenio antes de Cristo a orillas del Nilo, en las proximidades de Jartúm.

Al mismo tiempo, encontré que algunos informes de excavaciones dejaban de tomar nota de las fichas que se hablan recogido o las mencionaban sólo casualmente. Cuando se tomaba nota de estas fichas, el encabezamiento podría rezar: «objetos de finalidad incierta», «juguetes infantiles», «piezas de juego» o «amuletos». A modo de ejemplo, las fichas procedentes de Tello, en el Irak, fueron interpretadas por su descubridor, Henri de Genouillac, como amuletos que expresaban el deseo de los residentes de una «identificación personal». Otro ejemplo aparece en el informe de Carleton S. Coon sobre la Cueva Belt del Irán: «De los niveles 11 y 12 proceden cinco misteriosos... objetos de arcilla, que no se parecen a nada en el mundo; si acaso, a supositorios. Cualquiera puede conjeturar para qué se emplearon».

Existían serios impedimentos para la captación del hecho de que todas estas fichas eran artefactos de la misma clase, debido a que, cuando se enumeraban en los informes de las excavaciones, por lo general, no aparecían bajo un solo capítulo, sino bajo capítulos diversos, según su formato. Por ejemplo, se habían descrito los conos como figurillas femeninas esquemáticas, como símbolos fálicos, como piezas de juego y como clavos; las esferas, la mayor parte de las veces, eran interpretadas como canicas o proyectiles de honda.

Por haber estudiado en la Ecole du Louvre, me era conocida la obra de Amiet. Sin embargo, había compilado ya un catálogo de cientos de estas fichas, antes de reparar en cuán similares a las fichas de Amiet, procedentes de Susa, eran estos artefactos de arcilla de mayor antigüedad. Al principio, parecía imposible que pudiera haber una relación entre ambos grupos; un mínimo de 5.000 años separaban las fichas de época neolítica de las de Susa, de la Edad del Bronce. Según ampliaba mis investigaciones para dar cabida a los artefactos de arcilla más tardíos, con una datación del séptimo milenio antes de Cristo al cuarto milenio y aún posteriores, encontré, para mi sorpresa, que se habían hallado fichas de arcilla similares, en cantidades sustanciales, en yacimientos representativos de todo este lapso de tiempo. Evidentemente, un sistema de contabilidad que hacía uso de fichas se había difundido no sólo en Nuzí y Susa, sino por todo el Asia occidental, desde una época tan remota como el noveno milenio antes de Cristo hasta épocas tan cercanas como el segundo milenio.

El sistema parece haber sido casi idéntico a otros muchos métodos de contabilidad primitivos, e incluso no tan primitivos. Los filólogos clásicos están familiarizados con el sistema romano de hacer «cálculos» con guijarros (calculi en latín). Hasta el final del siglo XVIII, el Tesoro Británico operaba todavía con fichas para calcular los impuestos. En cuanto a eso, los pastores del Irak hasta hoy en día emplean guijarros para llevar cuenta de las cabezas de sus rebaños, y el ábaco constituye aún el instrumento normal de cálculo en los mercados de Asia. El arcaico sistema de fichas del Asia occidental era, quizá, sólo algo más complicado que sus correlatos posteriores.

Considerado en su totalidad, el sistema tenía unas 15 clases principales de fichas, divididas luego en unas 200 subclases, basadas en el tamaño, marcas o variación fraccional, como en el caso del cuarto, mitad y tres cuartos de esfera. Evidentemente, cada formato especifico poseía un significado propio; unas pocas parecen representar valores numéricos y otras objetos específicos, en particular géneros mercantiles.

No es necesario teorizar sobre algunos de estos significados; varios ideogramas que aparecen en las tablillas de Uruk reproducen, casi exactamente, en dos dimensiones muchas de las fichas. Por ejemplo, los signos arbitrarios de Uruk para los numerales, como una pequeña impresión en forma de cono para el uno, otra circular para el número diez y una impresión en forma de un cono mayor para el 60, tienen su correlato en las fichas en forma de: conos pequeños, esferas y conos grandes. Otros ejemplos más de ideogramas que se compadecen con fichas incluyen, bajo el capítulo general de géneros, el símbolo de Uruk para la oveja (un circulo con una cruz en su interior), emparejado con fichas en forma de disco con una cruz incisa, y el símbolo de Uruk para una prenda de vestir (un círculo con cuatro líneas paralelas en su interior), equiparado a fichas en forma de disco con cuatro líneas paralelas incisas. Otros ejemplos más son los ideogramas para metal y aceite y, más claramente, los símbolos pictográficos para el ganado mayor, perros y lo que, evidentemente, son vasijas: cada signo de las tablillas puede ser emparejado con una ficha de forma y marcas similares. Además, las formas de muchos ideogramas sumerios aún por descifrar parecen reflejar las de otras fichas.

¿Por qué llegó a existir este repertorio de símbolos tridimensionales?. No puede tratarse de una mera coincidencia el hecho de que las primeras fichas aparecieran en las primeras fases del periodo Neolítico, época de profundos cambios en la sociedad humana. Fue entonces cuando un modelo de subsistencia anterior, basado en la caza y la recolección, se transformó por el impacto del cultivo de plantas y la domesticación de animales y el desarrollo de una forma de vida agrícola. La nueva economía agrícola, aunque indudablemente aumentó la producción de alimentos, se habría visto acompañada de nuevos problemas.

Quizás el más crucial habría sido el almacenamiento de alimentos. Cierta porción de cada cosecha anual tenía que ser asignada para la propia subsistencia de la familia agrícola y otra porción debía separarse como simiente para la cosecha del año venidero. Otra porción más podría haberse reservado para trocarla con aquellos que estuvieran dispuestos a proporcionar productos exóticos y materias primas a cambio de alimentos. Parece posible que la necesidad de no perder de vista estos distintos cupos y transacciones fue suficiente para estimular el desarrollo de un sistema de registro.

Las fichas más antiguas que se conocen en la actualidad son las procedentes de dos yacimientos de la región de Zagros, en el Irán: Tepe Asiab y Ganj-i-Dareh Tepe. Las gentes de ambas comunidades parecen haber guardado rebaños y, posiblemente, estaban experimentando con cosechas en torno al 8.500 antes de Cristo, aunque por la misma época continuaban practicando la caza y recolectando plantas silvestres. Las fichas de arcilla que fabricaron tenían formas bastante sofisticadas. Había cuatro tipos de fichas básicos: esferas, discos, conos y cilindros. Además, había tetraedros, ovoides, triángulos, rectángulos, espirales encorvadas y formas animales esquemáticas. Los subtipos comprendían medias esferas y medios conos, esferas y discos con incisiones y marcas de punzón. El conjunto totalizaba 20 símbolos independientes.

El periodo Neolítico y el siguiente periodo Calcolítico, o Edad del Cobre, en Asia occidental, se extendieron por espacio de 5.000 años. En todo este lapso de tiempo sustancial, no se encuentran, sorprendentemente, cambios de las fichas, hecho que puede indicar cuán bien se adaptaba a las necesidades de una primitiva economía agrícola este sistema de registro. Hacia el 6.500 antes de Cristo, unos 2.000 años después del nacimiento de las primeras comunidades agrícolas de Zagros, otra aldea del Irán, Tepe Sarab, comenzó a florecer. El inventario de fichas procedentes de las excavaciones de Tepe Sarab no presenta aumento alguno en el número de tipos principales y sí, en cambio, un aumento en los subtipos de sólo 20 a 28, entre los cuales figura una pirámide de cuatro lados y un bucranio estilizado que, probablemente. representa al ganado mayor.

Fue quizá durante el período Calcolítico cuando los excedentes agrícolas de cada miembro de la comunidad empezaron a reunirse mediante impuestos en especie, con la supervisión del excedente puesta en manos de funcionarios públicos como los servidores de los templos. Si las cosas fueron así, la necesidad de llevar buena cuenta de las contribuciones individuales, evidentemente, no supuso una modificación relevante en el sistema de registro. Las fichas exhumadas en cuatro lugares que florecieron entre el 5.500 y el 4.500 antes de Cristo, —Tell Arpachiyah y Tell as-Sawwan, en el Irak, y Chaga Sefid y Jaffarabad, en el Irán— no reflejan otra cosa que desarrollos menores. Aparece un nuevo tipo de ficha, la de forma bicónica, y entre algunos de los subtipos unas líneas y puntos pintados de negro han sustituido a las incisiones y marcas de punzón.

En las primeras fases de la Edad del Bronce, entre el 3.500 y 3.100 antes de Cristo, se dieron cambios significativos en el sistema de registro. Este periodo conoció un avance económico casi tan notable, en su propia forma, como el nacimiento de la economía agrícola, que sentó las bases de aquél. El nuevo desarrollo fue la aparición de las ciudades. Los estudios de conjunto de los yacimientos antiguos del Asia occidental indican un drástico aumento de la población de Irak e Irán; centros urbanos con numerosos habitantes comienzan a aparecer aledaños de los anteriores asentamientos aldeanos.

En esta época, aparecieron la especialización artesana y los comienzos de la producción en masa. Los broncistas y sus productos dan nombre a esta Edad, pero, además de los herreros, surgieron también otros artesanos, concentrados en diversas áreas. La invención de la rueda de alfarero permitió el desarrollo de una industria cerámica y el producto de los distintos hornos de producción masiva llegó a distribuirse a grandes distancias. Una corriente similar se hace patente en la manufactura de vasijas pétreas. El desarrollo de una red comercial ampliada está indicado por la aparición en el Irak de materiales tan exóticos como el lapislázuli.

El despliegue de una economía urbana, enraizada en el comercio, debe haber multiplicado las demandas sobre el sistema tradicional de registro. Tenía que anotarse no sólo la producción, sino inventarios, fletes y pagos de salarios, y los mercaderes necesitaban guardar constancias de sus transacciones. Hacia el último siglo del cuarto milenio antes de Cristo, la presión de una compleja contabilidad comercial sobre el sistema de fichas se hizo patente, tanto en los símbolos como en la forma en que se emplearon las fichas.

Para considerar los símbolos en primer lugar, seis yacimientos de finales del cuarto milenio antes de Cristo, en el Irak (Uruk, Telb y Fara), en el Irán (Susa y Chogha Mish) y en Siria (Habuba Kabira), nos han legado fichas representativas de la gama completa de las formas primitivas. Además, aparecen algunas formas nuevas, entre las que se cuentan las parábolas, los romboides y unas réplicas de vasijas. Sin embargo, aún más significativas que la aparición de nuevas formas es la proliferación de subtipos, indicada por una variedad de marcas incisas sobre las fichas. Es también ahora cuando unas pocas fichas comienzan a presentar marcas aplicadas: bolitas o espirales de arcilla añadidas a las propias fichas.

Los seis lugares mencionados nos han proporcionado un total de 660 fichas que datan de hacia el 3.100 antes de Cristo. De este total, 363, es decir, el 55 por ciento, están marcadas con incisiones. La mayor parte de estas incisiones son profundos surcos, realizados en el extremo aguzado de un cálamo; los surcos están situados en lugares visibles y con un claro cuidado por la simetría. Sobre las fichas de forma redondeada, como esferas, conos, ovoides y cilindros, las incisiones usualmente corren parejas a lo largo del ecuador y, de esta forma, son visibles desde cualquier lado. Sobre las fichas planas, como discos, triángulos y rectángulos, las incisiones aparecen sólo sobre una cara.

La mayor parte de las incisiones presentan un motivo de líneas paralelas, si bien se hallan incisos también cruces y motivos entrelazados. El número de líneas paralelas no parece deberse al azar: pueden existir hasta 10 incisiones y las frecuencias de los modelos de un trazo, dos trazos, tres trazos y cuatro trazos, es palmaria. Debe destacarse que, con la excepción de los modelos de dos trazos, los modelos con un número impar de trazos son los más frecuentes.

Aunque los modelos incisos son, con mucho, los más abundantes, 26 de las fichas, es decir, un 4 por ciento del total, presentan impresiones circulares realizadas, en apariencia, punzando la arcilla con el extremo romo de un cálamo. Algunas de estas fichas con punciones llevan una sola impresión. Otras muestran un grupo de 6 marcas de punzón, dispuestas bien en una sola fila, bien en dos filas con tres impresiones cada una.

Por lo que respecta a los cambios en la forma en que se emplearon las fichas, es significativo el hecho de que 198 de las mismas, es decir, el 30 por ciento del total, estén perforadas. Estas fichas perforadas abarcan toda la gama de los tipos e incluyen los subtipos de la variedad sin marcas, con punciones y con incisiones. En efecto, ello quiere decir que se podía disponer de fichas de todo tipo, tanto en sus formas sin perforaciones como en las perforadas. Las perforaciones son tan reducidas que sólo un fino cordel podría haber pasado por las mismas. De entre las explicaciones que pueden imaginarse, una es la de que todos estos 15 tipos de fichas y sus 250 subtipos correspondientes no eran otra cosa que amuletos personales, que la gente de las ciudades de los primeros tiempos de la Edad del Bronce del Asia occidental llevaba, suspendidos de cordeles, en torno a su cuello o a su muñeca. Rechazo esta explicación por dos razones. En primer lugar, ninguna de las fichas perforadas que he examinado presenta rastro alguno de haberse empleado como amuleto, como puede ser el pulido o erosión en derredor del orificio del cordel por el propio uso. En segundo lugar, parece absurdo que todo este complicado repertorio de formas, tan difundido en su distribución geográfica y manufacturado con una uniformidad tan notable, haya servido de adorno personal, en el 30 por ciento de los casos, y para algún otro propósito, en el 70 por ciento restante.

Prefiero la hipótesis de que algunas fichas representativas de una transacción específica fueran ensartadas juntas, a modo de registro. Parece, al menos, plausible que la complejidad de guardar constancias en una economía urbana podría haber dado lugar a duplicar fichas idóneas para su enhebramiento.

El enhebramiento de fichas, si esto es lo que implican las fichas perforadas, sería sólo uno de los cambios en la forma en que estos simbólicos trozos de arcilla fueron empleados a finales del cuarto milenio antes de Cristo. Un cambio mucho más significativo lo constituye la primera aparición, en esta época, de las bullae de arcilla, o sobres, por así decir, como los que Amiet encontró como receptáculos de fichas en Susa. La existencia de una bulla representa un testimonio directo, perfectamente definido, del deseo del usuario de separar las fichas que representan una u otra transacción. Este sobre podía fabricarse con facilidad, presionando los dedos dentro de una pella de arcilla del tamaño de una pelota de tenis, poco más o menos, creando así una oquedad lo bastante amplia como para que cupieran varias fichas; el sobre podía sellarse luego con un parche de arcilla.

A mi juicio, no existe duda alguna de que estas bullae fueron inventadas para proporcionar a las partes de una transacción un tipo de superficie tersa de arcilla que, según la costumbre sumeria, podía ser marcada con los sellos personales de los individuos implicados, a modo de validación del acto comercial. El hecho de que la mayoría de las 350 bullae descubiertas hasta el momento lleven impresiones de dos sellos diferentes, apoya mi convicción. Amiet ha sugerido que las bullae de Susa podían haber servido como conocimientos de embarque. Desde este punto de vista, un productor rural de, pongamos por caso, tejidos consignaría un flete de efectos a un intermediario urbano, enviándole junto con el flete una bulla con un número de fichas en su interior descriptivas del tipo y cantidad de la mercancía embarcada. Rompiendo la bulla, el destinatario del flete podía verificar la naturaleza del propio flete; además, la necesidad de entregar la bulla intacta evitaría al transportista la tentación de sisar la mercancía en tránsito. Esta transferencia sellada de fichas entre socios comerciales representa una forma completamente nueva de emplear el antiguo sistema de registro.

Esta innovación tenía un serio inconveniente. Los sellos impresos sobre el terso exterior de la hulla servían para dar validez a cada transmisión, pero, si estas improntas de los sellos tenían que conservarse, la bulla tenía que permanecer intacta. ¿Cómo, entonces, podría determinarse qué fichas, y en qué número, había en su interior?. Pronto se encontró una solución al problema. La superficie de la hulla fue marcada, de forma que, además de las improntas de los sellos que le daban validez, llevaba imágenes de todas las fichas incluidas en su interior.

El ejemplo más chocante de esta práctica lo constituye una bulla que resultó contener seis fichas ovoides con surcos. Cada una de las seis fichas había sido presionada contra la superficie de la hulla, antes de ser introducida en la misma; aquellas encajan exactamente con las improntas de la superficie de la bulla. Este medio de registrar en su exterior el contenido de una hulla no se practicó, sin embargo, de una forma universal. Sobre la mayoría de las bullae se hacía la impresión con el pulgar o con un cálamo; una impresión circular representaba una esfera o un disco, una impresión semicircular o triangular estaba por un cono, y así sucesivamente.

Está claro que no se inventaron estas marcas en la propia bulla para sustituir al sistema de fichas de contabilidad. No obstante, esto fue lo que ocurrió. Puede imaginarse muy bien el proceso. En primer lugar, la innovación tomó auge por su propia conveniencia; cualquiera podía «leer» qué fichas, y en qué número, contenía una bulla, sin destruir el envoltorio y sus improntas sigilares. Lo que sucedió después fue virtualmente inevitable y la sustitución de las propias fichas por sus representaciones bidimensionales habría sido, al parecer, el eslabón crucial entre el sistema de registro arcaico y la escritura. Las bullae huecas, con sus fichas en el interior, habrían sido reemplazadas por sólidos objetos de arcilla inscritos: las tablillas. Los montones de fichas en sanas, canastas y estantes de los archivos habrían cedido el paso a signos representativos de aquéllas, inscritos sobre tablillas, esto es, habrían cedido su lugar a documentos escritos.

El perfil convexo de las tablillas más antiguas de Uruk puede muy bien ser un rasgo morfológico heredado de las bullae esféricas. Lo mismo puede decirse, en su mayor parte, de la elección como superficie escriptoria de un material tan poco idóneo como la arcilla, medio blando y fácilmente emborronado, que debe secarse o cocerse, si debe ser conservado. Poca duda puede existir sobre la relación entre las formas y las marcas de las fichas y las pretendidas formas arbitrarias de muchos de los ideogramas de Uruk. No menos de 33 identificaciones bien definidas existen entre los ideogramas y las representaciones bidimensionales de las fichas y más del doble son posibles.

En resumen. los primeros ejemplos de escritura en Mesopotamia pueden no ser, como muchos han supuesto, el resultado de la pura invención. En vez de ello, constituyen, al parecer, una novedosa aplicación, a finales del cuarto milenio antes de Cristo, de un sistema de registro, que era nativo del Asia occidental, desde los primeros tiempos neolíticos en adelante. Desde esta perspectiva, la aparición de la escritura en Mesopotamia representa un paso lógico en la evolución de un sistema de contabilidad, que se originó hace unos 11.000 años.

Dentro de esta hipótesis, el hecho de que el sistema fuera empleado sin modificación relevante alguna hasta finales del cuarto milenio antes de Cristo parece atribuible a las exigencias, relativamente sencillas, de la contabilidad de los 5.000 años precedentes. Con el nacimiento de las ciudades y el desarrollo del comercio a gran escala, el sistema se vio impulsado hacia una nueva vía. Las imágenes de las fichas pronto suplantaron a las propias fichas y la evolución de los objetos simbólicos hacia los ideogramas condujo a la rápida adopción de la escritura por toda el Asia occidental.

Prólogo. El primer antecedente de la escritura. Índice. El primer antecedente de la escritura. Fichas de arcilla procedentes de Susa. El primer antecedente de la escritura.

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